Un día después de que hombres armados irrumpieron en una sala de maternidad y masacraron al azar a decenas de madres, las autoridades tratan de reconectar a sus hijos con las familias.
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KABUL, Afganistán .- Cuando la matanza terminó, los cadáveres se pusieron en bolsas y las armas se enfundaron, lo que quedó describía la verdadera dimensión de la tragedia: dieciocho recién nacidos, muchos cubiertos de sangre y la mayoría ahora huérfanos de madre.
Afganistán es experto en los rituales de muertes violentas. Existen procedimientos para manipular a las víctimas e incluso rutinas bastante ensayadas para desechar los restos de los atacantes suicidas que llegan para morir y asesinar.
El acuerdo de paz de Estados Unidos con los talibanes, firmado en febrero, reduciría el derramamiento de sangre, y brindaría a niños como estos la esperanza de que una guerra que se ha prolongado durante cuatro décadas de una forma u otra, podría finalmente llegar a su fin.
El ataque tiene el sello del Estado Islámico, que en el pasado se ha enfocado en objetivos civiles “blandos” en el vecindario mayormente chiita que alberga a la clínica. Nadie se ha atribuido la responsabilidad del ataque al hospital.
La labor desgarradora de identificar a los bebés del hospital de maternidad y reunirlos con sus familias comenzó inmediatamente después del ataque, incluso antes de que las fuerzas especiales se marcharan del lugar.
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